El consumo familiar debe ser muy responsable, ya que nuestros hijos seguirán los pasos que los padres les marquemos, enseñando a no gastar alegremente
Probablemente los hábitos consumistas de muchos niños y jóvenes han tenido su origen en su propio hogar. Lo que hacemos, nuestros comportamientos cotidianos, nuestros valores y comentarios tienen una influencia incuestionable en nuestros hijos, ya que la atmósfera familiar, lo que ven y lo queoyen afectan a la formación de su personalidad.
Por tanto, es muy conveniente que una educación consumista, una educación basada en una actitud racional y crítica ante el fenómeno del consumo, se inicie en la familia, a la edad más temprana posible.
Los padres y madres tenemos que ser conscientes de que no debemos satisfacer, ni mucho menos, todos los caprichos de nuestros hijos e hijas. Por el contrario, es importante que entre el deseo y la realización del deseo medie no sólo un cierto tiempo, sino que procuremos que nuestros hijos se ganen aquello que aspiran a conseguir.
Puede existir la tentación en muchos padres y madres de lavar una mala conciencia por el poco tiempo que dedican a sus hijos satisfaciendo todos sus caprichos, llenándoles, por ejemplo, el cuarto de juguetes y dándole un pésimo ejemplo, pues los niños y niñas crecerán rodeados de objetos con los que no tengan tiempo ni siquiera de jugar y que tienen claro carácter superfluo.
La austeridad es un valor importante que nada tiene que ver con la tacañería.
El diálogo en el seno familiar es imprescindible para que exista un clima adecuado para la convivencia. Haríamos bien los padres y madres en comentar con nuestros hijos la situación económica, planificar juntos los fines de semana o las vacaciones, no ocultar si existen dificultades que pueden privarnos de la adquisición de un electrodoméstico para el hogar, o la realización de un viaje.
De esta forma, nuestros hijos se irán concienciando de las posibilidades económicas familiares y se verán obligados por los hechos a contemplar el principio de realidad en lugar de guiarse solamente por el principio de placer.
El consumismo es una cadena y una esclavitud. Nuestros hijos e hijas deben contar con nuestra ayuda para enfrentarse a las presiones grupales. Por ejemplo, podemos y debemos razonar con ellos la conveniencia o inconveniencia de que los cumpleaños se celebren en una conocida multinacional de hamburguesas y aprovechar para explicar, debatir con ellos y, desde luego, escucharles, si esa es la forma más adecuada de celebrar una fiesta de cumpleaños.
Naturalmente si lo que ven y oyen son constantes referencias al dinero como disponibilidad para comprar y observan en nosotros actitudes proclives a cambiar de coche, a renovar los electrodomésticos cuando los anteriores están en buen uso, a guiarnos por la moda para la renovación del vestuario o si nos dejamos arrastrar por la dinámica de adquirir los mismos productos, bienes y servicios que nuestros amigos y vecinos para no ser menos, nos habremos dejado atrapar irremisiblemente en las redes del consumismo que, fundamentalmente, pretende que adquiramos neuróticamente objetos y que nos desprendamos tan rápidamente de ellos como los hemos adquirido.
Está en nuestras manos adoptar una actitud con nuestros hijos en la que nos impliquemos en su proceso formativo, dejándoles claras nuestras posiciones pero fomentando que tomen sus propias decisiones y vayan adquiriendo una progresiva autonomía personal.
Otro campo en el que la familia tiene mucho que decir es el de vincular el consumo racional y crítico con la calidad de vida, la defensa del medioambiente y un modelo de desarrollo sostenible.
Si actuamos así, el hogar será un foco de educación para el consumo familiar y esos hábitos tendrán posteriormente una proyección sobre el Centro escolar y sobre el entorno en el que vivimos.
Es indudablemente positivo comentar en casa los anuncios que aparecen en la televisión, los mecanismos de persuasión e, incluso, su poder de manipulación.
Los niños y, de forma especial, los adolescentes, comprenderán fácilmente, si se lo planteamos bien, la contradicción que existe, por ejemplo, entre los eslogan que nos prometen libertad, condicionándonos a la adquisición de un determinado producto o cómo la publicidad juega abiertamente con deseos, miedos y frustraciones, vinculando el éxito, la integración grupal o la diversión al consumo... siempre al consumo.
La libertad se gana trabajosamente y con esfuerzo.
Ayudar a que nuestros hijos e hijas desmonten los paraísos artificiales que pretenden venderles y sean conscientes de que pueden elegir su propio camino o dejarse arrastrar por lo que otros quieren y por lo que otros han decidido que compren y consuman, constituye, quizá, uno de los mejores servicios que podemos aportar al desarrollo personal de nuestros hijos.
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