Me gustan los barrios. Me gustan los barrios pequeños o mejor aún; me gustan las calles en los que los vecinos se conocen, en las que si una tarde alguien no saca, como siempre, al perro te suena el telefonillo.
Por si pasó algo. Eso me gusta.
Me gusta la tienda de barrio en la que todos se conocen y en las que cuando una señora pide, por ejemplo, tomates para ensalada tiene casi la obligación de explicar que son “para Carmencita, mi hija, que trabaja en los juzgados”. Aportando datos. Y que si le dices a la tendera amiga “ponme un poco de jamón del bueno” tienes que informar a su vez que es “para mi marido que tiene azúcar”.
Eso me encanta porque humaniza la compra y anima la charla dado que siempre viene alguien que dice conocer esa hierba mágica y curativa para reducir el colesterol, el azúcar o las migrañas.
Puedo pasarme una tarde en la tienda de mi barrio entre olor a queso, zotal, yogurt y colonia de baño. Es la manera más eficaz que conozco para estar informada de los nacimientos, bodas, muertes o separaciones y éste último caso incluye, además, causas del óbito. Sociología de mostrador .
Mucho me temo que tanto a una cosa como otra, -las tiendas y los barrios tan familiares, tan nuestros- le queden poco de vida tal como los hemos concebido y disfrutado.
Reconozco que siendo mucho más rentable comprar en grandes supermercados a veces me resisto de manera que siempre “olvido” intencionadamente alguna tontería para tener la excusa correcta e ir veloz a visitar a mi tendero.
A los vecinos cada vez los vemos menos y en general cada vez sabemos menos sobre de quién vive al lado de casa. Ha llegado vecindad nueva y la dinámica de trabajo y de vida impone no perder ni dos minutos en saber siquiera cómo se llama esa mujer menuda que en la esquina de mi casa cada tarde-noche le trae comida a los gatos amigos.
Las tiendas llevan camino del adiós. El progreso se ha llevado muchas cosas por delante y siendo sensata y escribiendo con la matemática y no el corazón, la comodidad y los precios de las grandes superficies no tienen competencia. Aún así algunas tiendas se resisten a echar el cerrojo porque tengo la certeza de que sus dueños también necesitan a su clientela, sus guineos y sus peticiones.
No nos engañemos; dentro de poco estos comercios de amplio mostrador formarán parte de la historia de la ciudad y de la nuestra.
En las tiendas de barrios te enteras qué vecino está en paro, cuánto le resta de hipoteca a otro o lo que sudó para alcanzar a Internet.
El progreso tiene cosas magníficas indudablemente pero poco a poco nos ha robado ese placer de visitar la tiendita que huele a pan caliente. De la tarde.
Marisol Ayala
Blog: http://www.marisolayala.com/
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